viernes, 27 de abril de 2012

A-tiempo

Fechas. Retengo números, y a cada uno le corresponde un significado. Me acuerdo de tu cumpleaños, del día en el que lloré por alguien con vida, de la hora exacta en la que nací, del mes que más me gusta del año, del año que más me gusta de mi vida, del momento exacto que marcó un antes y un después.
Fechas. Retengo fechas que creo importantes, otras que no cambian en absolutamente nada mi presente, y algunas (muy pocas) que quiero dejar de recordar, dejar de verlas venir en el calendario con cara amenazante y pinta de pocos amigos. Me gustaría no tener memoria para ciertas cosas, y también encontrar el por qué de ciertas lagunas mentales. Me encantaría (..ría, ..ría) pensar en mi infancia y tener en mi cabeza nombres de compañeros, caras de maestras, bancos distribuidos por el aula, años que marquen fin y comienzo de las etapas; pensar en mi familia y asociar nombres con caras actuales, sonreír con ciertos nombres que, por el contrario, me hacen bajar la mirada, desterrar hora y día en el que se fue (mucho antes de esa hora y día en el que falleció). Y sería más feliz si los días claves, esas fechas que pesan y cada año un poco más, tuvieran un vencimiento; en tal caso, yo realmente miraría a ese número y a su correspondiente significado, como un paso más a la libertad.
Si las fechas no existieran, igual las inventaríamos de algún modo, las nombraríamos de distinta manera, y así seguirían permaneciendo presentes; incluso, si no existiera el tiempo, calendario y todo lo que quieras meter en este problema de los números y letras que fechan, así y todo cada uno tendría su manera de llamar a ese momento importante que merece ser recordado. Y acá viene la parte en la que me contradigo, porque ahora vuelvo a esto que alguna vez intenté explicar, esto de que todo momento, sea bueno o no tanto, debe tenerse presente, tiene que estar latente para poder avanzar; debemos tener memoria para saltar lo que, sabemos, nos perjudicará, para pasar obligadamente por aquello que, creemos, nos dejará una gran anécdota; debemos tener memoria para saber distinguir entre lo que dejamos atrás, lo que seguimos arrastrando, y lo que queremos llevarnos al día que se nos viene. Debemos tener memoria para vivir todos los días de manera distinta, para no repetir errores, para cambiar finales, volver a ciertos principios y desatar algunos nudos. Pienso que tenemos una memoria, que está para ser usada, y que ahora mismo me recuerda que esto ya lo pensé hace bastante, lo dije, lo escribí, lo releí y hoy lo contradije...pero lo recordé (a tiempo). Pienso que tengo una memoria que hace que haya dialogado conmigo durante un tiempo considerable, si es que quieren considerar el tiempo; y creo en mi memoria, creo en su capacidad para resaltar ciertas fechas en mi mente y así mostrarme cómo puedo enroscarme y salir (casi) ilesa.
Fechas. Y ahora sólo tengo una que no para de dar vueltas por mi cabeza, que me lleva a navegar por un río de días y meses que no saben cómo conjugarse, que me sacan una sonrisa y hacen que me olvide de lo malo de las fechas (porque, ahora, ya perdieron significado).

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