Es la costumbre del animal costumbrista más grande de todos los tiempos: acostumbrarse; a respirar, a las cosas malas, a las buenas, a las caídas y empujones, a andar con la frente marchita y los brazos vencidos; a la rutina diaria, a las sonrisas forzadas, a los suspiros vencidos y el abrazo herido. Estamos acostumbrados al acostumbramiento, a no pensar ni sentir, a no asimilar los sucesos, a agachar la cabeza y seguir caminando. Logramos acostumbrarnos al fracaso, y hasta a la felicidad como recompensa de un esfuerzo particular, sin siquiera pensar en lo ilógico que es andar con una vida de la mano a la que creemos nuestra, pero a la que no la dejamos ser de tantos chips sin sentido que le guardamos.
Vemos gente durmiendo en un banco de plaza, caras tristes por doquier, personas apuradas que no ven por dónde andan porque sólo les interesa llegar a tiempo..cueste lo que cueste; vemos todos los días cómo nuestros pares desaparecen, cómo los reclamamos año tras año..y sin embargo, ya no nos espanta nada de esto: estamos acostumbrados a verlo, a oírlo, a asimilarlo. Nos acostumbramos a un mundo en el que nos escriben el presente y no nos dejan ni siquiera pensar en el futuro, en el que sólo nos queda mirar para atrás y releer lo que vivimos sin darnos cuenta.
Nos acostumbramos a acostumbrarnos, pero ya es tiempo del cambio: sentir y pensar todos los días como si fuese la primera y última vez, tomar cada derrota como una nueva oportunidad de salir adelante de manera distinta a la anterior, y vivir cada alegría como si nunca nos hubiese pasado; porque se terminó la era del costumbrismo, porque a partir de ahora debemos elegir vivir nuestra vida.
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